domingo, 8 de abril de 2007

Estrategia de vacaciones

Por fin de vacaciones. Tras once meses de negocios, llegamos a nuestras tres semanas de ocio. Tiempo de recreo e inacción. Olvidemos el celular, el informe, el presupuesto, aquel complejo cliente, el que no pagó, el que creemos que no nos va a pagar, el empleado poco comprometido, el que no cumplió, aquella reunión, el comité, etc., y todo aquello que fue tema laboral y que más de alguna noche nos dejó sin dormir. Han llegado las vacaciones, y debemos saber cultivarlas.
Las vacaciones no hay que considerarlas como el momento del año para hacer todo lo pendiente, aquello importante que producto de lo urgente queda postergado a dicho lapso: inscribirse en un gimnasio, ir a visitar a la tía soltera, realizarse los chequeos médicos pendientes, llevar a los hijos al odontólogo, comprender el beneficio tributario del Artículo 57 Bis, hacer la revisión de los 20.000 kilómetros al auto, ver las películas que no pudo ver, renovar la licencia de manejo, cambiarse de fondo en la AFP, terminar de leer aquel libro que incluso iniciamos durante las vacaciones pasadas, intentar cerrar una cuenta bancaria, comenzar un rompecabezas, pasar los videos familiares al formato DVD, entender qué es la televisión digital, limpiar la bicicleta, leer las revistas sin abrir, revitalizar amistades, terminar unos sudokus, ordenar la bodega, etc.¡No!, las vacaciones deben ser el tiempo para el ocio, es decir, aquel período en que debemos ser capaces, primero que todo, de aguantarnos a nosotros mismos, para de ese modo disfrutar con los que nos rodean. Para ello, no hay mejor estrategia para aprovechar este tiempo que olvidarnos de optimizar, de maximizar, de generar, de rentabilizar. En síntesis, debemos ser capaces de aprender a ser ineficientes.
Ser ineficientes por tres semanas, esa debería ser la meta. Ser ineficiente es no considerar como variable crítica de una decisión el uso óptimo de algún recurso involucrado (tiempo, dinero, esfuerzo, etc.). Ser ineficiente se traduce en no buscar la fila más corta del peaje; no encender las luces a la señora que maneja por la segunda pista; ordenar el aperitivo sin pensar en el plato de fondo; llegar puntual a misa; llenar la tarjeta de embarque con tranquilidad y no deprisa escribiendo, incluso, sobre el mismo pasaporte; no ponernos de pie hasta que el resto de los pasajeros con sus bolsos de mano hayan abandonado el avión; olvidarse de tomar tanto tour; etc. Ser ineficiente significa no exigir competencias laborales a los que nos rodean, es entender que no todos entienden un mapa, que no todos logran saber hacia donde está el norte, que no todos manejan el auto como uno, que no todos realizan llamados telefónicos por asuntos puntuales, que no todos los vendedores, meseros, azafatas, mucamas, son tan eficientes como uno cree. Ser ineficientes es no aplicar al hogar principios y modelos empresariales, es no preguntar a la nana por qué no cumplió con el presupuesto asignado, ni al hijo por qué no cumple con el horario de colación, ni tratar de describir el puesto del jardinero, ni inventariar el closet de los niños, ni realizar una carta Gantt para mantener limpia la piscina, ni coordinar la lectura familiar del diario, ni preocuparse por la logística de los paseos del perro.
Por eso, lo mejor es tratar de ser ineficientes: desaprovechar cada segundo, dejar que el tiempo pase, que los errores fluyan, bien gastar tiempo en lo cotidiano, tocar la tierra, ver el mar, respirar, sentir, amar, en fin, vivir. Señor lector, le propongo un ejercicio (para algunos será un desafío): en completo silencio, siéntese. No piense en nada, olvídese de todo, no fume, no beba, no hable. Sea. Sólo eso: ser. Sin ninguna pretensión más que esa. De tanto en tanto, vale la pena acordarse de que podemos ser sin hacer. Y como el hombre es un animal de costumbres, no desearemos regresar al trabajo; de hecho, nadie necesita más unas buenas vacaciones que el que acaba de tenerlas. El ocio en sí no es maligno, pero en abundancia deja de ser reposo y se transforma en holgazanería, en pereza. Y la pereza es lenta. De hecho la alcanzan los vicios. ¡Regrese al trabajo! Entre en movimiento y nuevamente busque la eficiencia. Mientras más ineficiente sea en vacaciones, más eficiente será en el trabajo.
Pero no espere once meses más para ser nuevamente ineficiente. Aprenda a vivir, a lograr combinar diariamente sus momentos eficientes con otros ineficientes. De esa forma, el reposo y el trabajo, el sosiego y la labor, el ocio y el negocio convivirán en el justo equilibrio que ellos merecen.