jueves, 16 de diciembre de 2010

Regalos Navideños

Como todos los años, las bicicletas y las muñecas Barbie encabezan los rankings de los regalos preferidos en estas fiestas. Me llama la atención el caso específico de la Barbie, puesto que es un ícono entre los juguetes: creada hace más de medio siglo impuso la moda entre las niñas de jugar con una muñeca de apariencia adulta, delgada, pelo rubio y liso (“pelolais” por excelencia), bien vestida, con glamour, auto convertible, novio, mansión rosada con chimenea, cuyo estilo de vida se asocia al jet set de la Costa Azul. Sin embargo, esta Barbie de vida hollywoodense termina su existencia en la Feria de la Avenida Argentina de Valparaíso, de todos los domingos, junto a otros cachureos, viejas herramientas, repuestos de automóviles, jaulas de pájaro, coloridos adornos para el hogar, toallas, banderas, y un innumerable etcétera. Pobre muñeca, tras un pasado feliz, descansa humillada, ya sin sus típicos y elegantes vestidos, completamente desnuda, sobre un viejo mantel, toda despeinada, y con rasgos de suciedad en su descolorida piel de plástico. Pese a que aún mantiene su delgadez, que tanta polémica generó en su momento, la vida de esas muñecas Barbie son el reflejo de lo que sucede con muchos de los productos que se compran y adquieren en estas festividades.

Por lo mismo, vale preguntarse si tiene algún sentido el consumo en exceso e irresponsable de productos, más aun en una celebración de origen cristiano, cuando justamente las enseñanzas del verdadero protagonista, y no me refiero al viejo pascuero, apuntan justamente en sentido contrario.

Una Navidad responsable se centra en un consumo ético y solidario, y no en un consumo por el consumo, y tiene además, un impacto en el bienestar colectivo, ya que nos aleja de la búsqueda de la felicidad material, y nos concentra en la exploración de nuestra propia tranquilidad espiritual y de nuestra propia calma colectiva. Este cambio de actitud es el que nos propicia una relación sana con nuestro propio ambiente, con nuestra ecología, y con nosotros mismos, con nuestra propia biología. Entonces dejaremos espacio para disfrutar de nuestra propia existencia y de la de todos. Una cena de Navidad, con nuestros seres queridos, donde rescatamos el valor de la familia, sin grandes distracciones ni preocupaciones, es el mejor regalo que nos podemos conceder.

Deberemos entonces aprender y educar en torno al consumo, ya que una manera responsable de consumir es un activo fundamental para una vida responsable. Porque más consumo no nos hace más felices, sino más intranquilos. Es que la felicidad que anhelamos, sobre todo en Navidad, es la tranquilidad que fácilmente podemos encontrar en una vida espiritual. Un consumo irresponsable siempre conllevará la codicia de aspirar a poseer aquello que no tenemos y a ser aquello que no somos. Y de esa forma perdemos tranquilidad. Así es la vida, la rutina y lo irrelevante hoy se nos impone lamentablemente, desperdiciando lo esencial de la Navidad, aquello que en el tiempo será inventariado como registro vivo de un pasado y de una vida que nos demuestra cuán feliz fuimos sin siquiera habernos enterado.