viernes, 30 de noviembre de 2007

Educación y Emprendimiento

Al analizar las actuales cifras de desempleo regional se podría concluir erróneamente que han disminuido los puestos de trabajo, y por ende ha aumentado la cesantía, cuando lo que ha sucedido es exactamente lo contrario, el número de puestos de trabajo ha aumentado, pero de menor forma al incremento de la fuerza laboral disponible. Esto, porque la economía regional no ha crecido lo suficiente a fin de absorber a "los nuevos trabajadores", personas que antes no estaban trabajando o no tenían la edad o el interés de ocupar un puesto laboral. Por tanto, sólo en la medida que la tasa de crecimiento de la economía regional sea superior, esta nueva mano de obra será empleada, reduciéndose así la tasa de desempleo regional.

Es ahí donde se conjugan dos elementos: la incapacidad de aumentar la tasa de crecimiento económico regional a fin de absorber mano de obra y la necesidad de trabajar. Este escenario, sin lugar a dudas, propicia el emprendimiento a fin de dar solución a ambos factores. Cientos de estudios destacan lo catalizador que resulta para la creación de empresas, el hecho de que una economía posea una mayor tasa de desempleo. El argumento tras esta tesis apunta a que un cesante, bajo la presión de los gastos personales y familiares, debe dar rienda suelta a su iniciativa y emprendimiento. De esta forma, el dependiente-cesante se transforma en un independiente-empresario que no busca empleo, sino que incluso lo genera. Lo que pocas veces se ha planteado, es que la mayoría de los cesantes no tienen conocimientos para lograr traducir la idea en una empresa, y que además ésta sea rentable.
La prescripción, por parte de cualquier experto en negocios, sería la de educar a los jóvenes bajo un enfoque propicio a la iniciativa y el emprendimiento, y a los actualmente dependientes y que pueden llegar a ser futuros cesantes, recomendarles diversificar sus fuentes de ingresos. En los países desarrollados muchos de los trabajadores dependientes diversifican sus ingresos antes de enfrentar una situación de cesantía. Por ejemplo, ciertos ingresos que no gastan los invierten en sus bolsas de comercio. Destaca, incluso como una moda, el que los trabajadores dependientes inicien y desarrollen su propia empresa en paralelo a su trabajo. Esto, gracias a la ayuda de las nuevas tecnologías que permiten administrar, comprar y vender a distancia. Muchos jóvenes ejecutivos abren su propio negocio, o una empresa consultora, o una que preste servicios a la empresa donde él labora, etc. En muchos casos el emprendimiento se relaciona y vincula con el pasatiempo del emprendedor, por lo que el ocio y el nuevo negocio son perfectamente compatibles.
Educar para el emprendimiento, fomentando así una actitud proclive a la iniciativa, es uno de los pasos que a largo plazo posibilita el crecimiento económico que permite generar autoempleo y nuevos puestos de trabajo. En tal sentido, soy testigo de los esfuerzos concretos que el SEREMI de Educación está realizando en esta materia, y que a futuro permitirá un mejor desarrollo para la Región.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Consumo y Felicidad

Muchos desean algo material que no tienen. Incluso sienten que requieren eso material, que es de consumo y uso en público, porque así otros los mirarán y catalogarán diferente, supuestamente con respeto y admiración. Compararnos materialmente lleva a clasificarnos como mejor o peor que otro. “Me ha ido mejor que a él”, “ella tiene una familia más feliz que la mía”, “su auto es más veloz que el que tengo”, “vive en mejor barrio”. Compararnos nos hace menos felices y pocas veces nos damos cuenta que muchos tienen menos que nosotros.
Cada año la revista Forbes hace noticia en los medios de prensa con su ranking de los hombres más ricos del mundo. En él apreciamos cómo los más ricos se hacen algo más ricos o algo más pobres. No tengo la experiencia, pero creo que cuando tu fortuna supera los 50.000 millones de dólares, que esa fracción aumente en algo o bien disminuya un poco, las comodidades y lujos que te rodean no debiesen variar. Quizás sólo podrían aumentar el falso orgullo que alimenta la presunción y la vanidad.

Años atrás, leí un reportaje donde no buscaban al hombre más rico del planeta, sino al más pobre. Encontrarlo, no era tan difícil como podría pensarse al ver las estadísticas que indican que en el mundo mil millones de personas despiertan cada día sin tener comida asegurada. Si bien podemos rankear al más rico y saber quién está arriba, en la cúspide, los más pobres del mundo están abajo en la base del triángulo y son millones. En aquel reportaje, se afirmaba que cientos de miles de personas en el mundo tienen como única cosa material un pantalón, harapiento y deshilachado, casi un taparrabo. A modo de muestra entrevistaban a un habitante de Río de Janeiro que poseía únicamente esta prenda. Cuando le preguntaron dónde vivía, el afirmó que en cualquier parte pero frente al mar. Cuando le preguntaron de qué se alimentaba, él dijo que de todo un poco. Cuando le preguntaron si trabajaba en algo, él dijo que sí, en cosas esporádicas y ocasionales sólo para darse ciertos lujos, tales como comprarse una bebida o alguna merienda. Cuando le preguntaron si era feliz, él dijo que sí, que él se sentía el hombre más feliz del mundo.

No es cliché afirmar que el dinero no hace la felicidad. Alguien diría pero ayuda bastante. No siempre dirán otros. El dinero hace la felicidad cuando lo que buscas es el dinero, o algo que sólo se puede comprar con él, pero cuando lo adquieres, sólo te das cuenta que alguien tiene algo mejor, por lo que querrás aquello que no posees. En fin, ese espiral de consumo, sólo lleva a sentirse vacío, a no lograr la felicidad, puesto que ésta sólo se puede encontrar en la tranquilidad del propio ser. Consumir más por competir, nos aleja de la búsqueda de la felicidad, y nos desconcentra en la exploración de nuestra propia tranquilidad individual y espiritual, y de nuestra propia calma colectiva. Como afirmó Hemingway: “no es más feliz quien más tiene, sino el que menos necesita”.

martes, 20 de noviembre de 2007

“Generación Conejo”

Hace un tiempo, nos impresionaba ver como nuestros adolescentes realizaban una manifestación nacional, a fin de propiciar cambios en la educación escolar en Chile. Con asombro y respeto, la sociedad acogió tal movimiento, en virtud de comprender que tras él, había razones fundadas en la necesidad de reformar la educación en nuestro país. De manera coloquial, tal manifestación recibió el nombre de “Revolución Pingüino”.

Por otra parte, esta semana se entregaron los resultados de la V Encuesta Nacional de Juventud elaborada por el INJUV, donde se puede concluir que las prácticas sexuales en los adolescentes y jóvenes corresponden a una conducta sexual anticipada, por su inicio temprano y sin compromiso alguno, y desprotegida, por ejemplo, en el no uso de métodos anticonceptivos en la primera relación sexual, y en el escaso porcentaje de jóvenes que se ha realizado el test del SIDA.

Adicionalmente, durante las últimas semanas hemos sido testigos, a través de los medios de comunicación, de diversos hechos relacionados con la sexualidad de los jóvenes. Llama profundamente la atención, por ejemplo, la poca privacidad de su vida personal, la que apoyada en las nuevas tecnologías, es expuesta públicamente. Esta situación nos plantea, el mal manejo que se le ha dado en Chile a la educación sexual, la cual debe realizarse principalmente en la familia, apoyada por otras instancias como los establecimientos educacionales básicos y medios.

Sin embargo, es la sociedad entera la responsable de esta situación. Los valores que se están trasmitiendo a través de los medios, y sobre todo a través de la publicidad, potencian la actitud en ellos que tanto desconcierta. De no remediar tal situación, más difícil será para la familia poder educar en valores que conlleven a una vida sexual más sana, no basada exclusivamente en la genitalidad. De no hacernos responsable en este ámbito, lamentaremos después tildar a estos adolescentes, como la “Generación Conejo”. Aún estamos a tiempo. Ellos nos están llamando la atención.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Improvisación en Reuniones

Cuántas veces he tenido ganas de expresar lo que el Rey Juan Carlos señaló al Presidente Venezolano: “¿Por qué no te callas?” En mi experiencia en el mundo de la empresa he asistido a múltiples reuniones y cientos de comité en empresas de variada naturaleza. He observado que tales reuniones pocas veces comienzan con un objetivo definido, con tiempos de inicio y clausura establecidos y cumplidos, y con desenlaces propios del fin que tuvo tal cita. Peor aún, las conclusiones pocas veces se aplican. Las reuniones, cosa que las empresas no consideran, tienen un costo, que es la proporción del tiempo de la remuneración de los asistentes más el valor que agregan en su respectiva institución, y por lo tanto, sus resoluciones debiesen aportar más valor que el costo de tales citas.

Pero sin lugar a dudas, lo que más me llama la atención de una reunión, y esto me ha sucedido en empresas chilenas, españolas, argentinas, peruanas, entre otras, es la calidad de las intervenciones. Los participantes, los que muchas veces ni siquiera saben por qué están invitados a la reunión, emiten juicios y opiniones fruto de la improvisación, o bien, apoyan simplemente al que primero habló. La carencia de argumentos, y sobre todo, la falta de una meditación del tema de manera previa, hacen de estas juntas, verdaderas espontaneidades de juicios y ponencias. La sabiduría pocas veces abunda en tierras que no hayan sido lo suficientemente afianzadas.

Aún recuerdo una reunión en que participé como asesor en planificación estratégica. La interrogante versaba sobre si la planta productora de conservas debía trasladarse a una nueva localidad o bien permanecer donde estaba. Tal cuestionamiento, merecía una evaluación del proyecto, con un adecuado estudio técnico sobre logística, costos, y por supuesto, un cuidadoso estudio del impacto medio ambiental. Los gerentes al unísono opinaron de manera improvisada. Cuando uno de ellos afirmó que la nueva ubicación significaría un aumento en los costos de mano de obra, algunos de los contertulios no estuvieron de acuerdo. Nadie manejaba datos precisos, sólo fue improvisación. Entonces, surgió la bienvenida que la espontaneidad da a la idiotez: decidieron votar a mano alzada la ubicación de la fábrica. Como asesor, les hice saber que las decisiones de este tipo merecían un razonamiento proporcional a los costos y riesgos de cada una de las alternativas. Siguieron el consejo, y se elaboraron los estudios para tomar una decisión argumentada.

Por eso afirmo, que quizás por cortesía, o por no querer asumir el rechazo de otro reunido, muchas veces nuestra naturaleza nos impide hacer callar, al que opina sin argumentos o al que simplemente no permite la fluidez de las ideas. Interrumpir, e incluso romper el silencio, es señal de no valorar la opinión del otro, o la necesaria reflexión. Y si en una empresa no se aprende a participar en reuniones, y saber callar al impertinente, difícilmente se pueden tomar decisiones que no conduzcan a la organización a un actuar improvisado.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Navidad Responsable

A esta altura del año, la rutina nos agobia. Debemos asistir a graduaciones, a fiestas de fin de año, a ceremonias varias, cerrar balances, aprobar presupuestos, etc. Y todos los años, diciembre representa un mes de usanzas reiterativas. La que más nos abruma, es adquirir productos que representen el valor de la estima hacia quien lo queremos entregar. Una campaña publicitaria de una tarjeta de crédito promueve el endeudamiento con la afirmación: “Porque la vida es ahora”. Pero pensar que la vida es ahora y que no existe futuro es casi una invitación explícita a vivir la vida con desenfreno. En tal sentido, somos parte de una sociedad donde el desperdicio del tiempo es mal visto, el ocio griego o la contemplación agustiniana son considerados tiempos perdidos, por lo que todos debemos vivir intensamente cada momento, con simultaneidad y ubicuidad. Para esto, consumimos y obsequiamos equipos de teléfonos celulares o móviles, tecnologías bluetooth, autos más veloces, y todo aquello que nos sirva para aprovechar la vida en cada uno de sus minutos, adelantándonos incluso a nuestro propio ritmo. Esta ansiedad por vivir intensamente, genera el “hay que hacer cosas y pasarlo bien”, y a veces en extremo. El tener que “hacer cosas y pasarlo bien” implica, por ejemplo, el que cada vez que pensamos o planificamos alguna fiesta o celebración, debemos, en virtud del desenfreno, “tirar la casa por la ventana”, endeudándonos y castigando nuestra propia capacidad de consumo futuro. Por ejemplo, ante la Navidad se siente la ansiedad por el consumo, expresado en compras, en ocasiones más allá del presupuesto familiar, de artículos electrónicos, bicicletas, y para qué decir de adornos, bolas de colores y guirnaldas, entre muchas otras cosas. Como si el que consume con excesos posee más espíritu navideño que aquél que lo hace responsablemente. Esto acontece, porque vivimos en tiempos donde se confunde un mayor consumo con más felicidad. Y es todo lo contrario. Un consumo responsable conlleva a la tranquilidad de no desperdiciar dinero que no tenemos.

Una Navidad responsable se centra en un consumo ético y solidario, y no en un consumo por el consumo, y tiene además, un impacto en el bienestar colectivo, ya que nos aleja de la búsqueda de la felicidad material, y nos concentra en la exploración de nuestra propia tranquilidad espiritual y de nuestra propia calma colectiva. Este cambio de actitud es el que nos propicia una relación sana con nuestro propio ambiente, con nuestra ecología, y con nosotros mismos, con nuestra propia biología. Entonces dejaremos espacio para disfrutar de nuestra propia existencia y de la de todos. Una cena de Navidad, con nuestros seres queridos, donde rescatamos el valor de la familia, sin grandes distracciones ni preocupaciones, es el mejor regalo que nos podemos conceder.

Deberemos entonces aprender y educar en torno al consumo, ya que una manera responsable de consumir es un activo fundamental para una vida responsable. Porque más consumo no nos hace más felices, sino más intranquilos. Es que la felicidad que anhelamos, sobre todo en Navidad, es la tranquilidad que fácilmente podemos encontrar en una vida espiritual. Un consumo irresponsable siempre conllevará la codicia de aspirar a poseer aquello que no tenemos y a ser aquello que no somos. Y de esa forma perdemos tranquilidad. Así es la vida, la rutina y lo irrelevante hoy se nos impone lamentablemente, desperdiciando lo esencial de la Navidad, aquello que en el tiempo será inventariado como registro vivo de un pasado y de una vida que nos demuestra cuan feliz fuimos sin siquiera habernos enterado.

Cultura Electoral Argentina

Por razones de trabajo tuve que viajar por 36 horas a Buenos Aires el mismo día de las elecciones presidenciales. Mientras el avión se aproximaba a la pista de aterrizaje pasaba por mi mente el espectáculo con que me iba a encontrar: un Buenos Aires lleno de carteles, panfletos, afiches, lienzos, gigantografías y cuanta otra forma de publicidad política. Era evidente que estas imágenes no eran otra cosa que la proyección de la experiencia nacional y, además, un prejuicio, cual es considerar a los argentinos con una conducta cívica-marketera similar a la nuestra.


Con esta disposición, me trasladé hacia el centro de la ciudad. Pude comprobar con sorpresa que no había letrero alguno, ni carteles pegados, ni menos colgando de los cables de luz o de teléfonos. No había lienzo alguno, ni propaganda de ninguna especie, salvo entre las distintas paletas publicitarias a orillas de la carretera, y entre muchas otras publicidades, dos o tres de algún candidato. Nada más. Llegado al centro mismo de la ciudad, lo mismo.


Se podría pensar que dada la alta probabilidad de triunfo de la señora del actual mandatario trasandino, incluso sin necesidad de segunda vuelta, el gasto publicitario no era significativo o casi nulo. Pero no, junto con la elección de presidente, Argentina debía llenar una serie de otros cargos de elección popular, en las intendencias y en el congreso, muchos de ellos con predicciones de reñidos resultados finales. Ello, no obstante, la ciudad estaba limpia de toda publicidad electoral. Si bien Buenos Aires no es una ciudad que se distinga por una limpieza extrema, sin embargo, todo estaba igual que la última vez que en ella estuve. Los únicos y pocos carteles o murales eran de obras de teatro, de conciertos, de festival de coros. En suma, de esa cultura que tanto hace falta por estos lados.


Esta realidad, me hizo preguntar ¿cuál es la relación costo beneficio de esta publicidad tan invasiva, perjudicial y desastrosa como la que debemos sufrir todos los chilenos en épocas de elecciones? Si bien no estamos en época electoral, bien vale la pena desde ya lanzar una campaña destinada a imitar los buenos ejemplos. Propiciar que no existan más carteles colgando, afiches y pancartas en las calles, paredes, postes, ni lienzos que atraviesen las avenidas, todo lo cual implica un costo exorbitante que sólo sirve para “medir” el gasto electoral, en una competencia de quien gasta más, quien ensucia más, quien atenta con más vigor contra la estética y la paciencia ciudadanas.


Propongo un diálogo social electoral, en el que todos los candidatos adopten un acuerdo tendiente a no estropear nuestros paisajes y ciudades, que se abstengan de dilapidar dinero en un gasto inútil y molesto, el que, además, constituye un derroche insultante para los electores con mayores carencias. ¿Por qué no dar paso a un intercambio de ideas y dejar de lado tácticas publicitarias comparadas con la promoción de productos de consumo masivo?

domingo, 4 de noviembre de 2007

Píldora del día después

Los valores son la guía de las actitudes humanas. Por tanto cada persona tiene valores, los que pueden ser cualidades positivas o negativas a los ojos del resto, y en un grupo los valores generalizados tienden a marcar el comportamiento de éste. Por tanto, cualquier organización humana, como un país o una empresa, posee valores, aquellos principios compartidos por sus miembros que encauzan decisiones, entregan un sello a la cultura organizacional y se transfiere a la comunidad a través de sus acciones. En el caso de las farmacias, su misión es la de ayudar en la cura de las personas enfermas, o bien prevenir malestares o enfermedades que acongojen su existencia.

Sin embargo, tiempo atrás se determinó gubernamentalmente que a través de las farmacias se entregara a niñas de 14 años o más, la famosa pastilla que se ha dado en llamar “La píldora del día después”, sin necesidad de contar con el consentimiento de sus padres. ¿Cómo puede decidir tomar esa píldora, cuyos efectos químicos y abortivos aún no terminan de investigarse?, si por ejemplo, dichas niñas no pueden elegir el colegio donde estudiar, no se les permite recurrir a un centro de salud solas, bajo el punto de vista legal tampoco pueden comprar cigarrillos ni alcohol, tampoco celebrar contrato alguno sin la autorización de sus padres, son inimputables ya que no son responsables de los actos criminales que puedan realizar por ese simple hecho, de no tener autonomía de pensamiento, autonomía de voluntad, por no tener la capacidad suficiente para discernir entre lo que puede ser delito y lo que no puede ser delito, entre lo que puede ser bueno y lo que puede ser incorrecto, y sin embargo, ahora se le permite en una materia tan delicada como adoptar la decisión de tomar una píldora, que eventualmente es abortiva, en forma tan autónoma y libre, sin siquiera el consejo, la ayuda, el amparo y la autorización de sus padres. Contradicciones.

Entonces, ¿no cabe la posibilidad de la objeción de conciencia por parte de los propietarios de las farmacias en su calidad de distribuidoras de un producto contrario a sus valores? Y si deciden comercializarla, ¿no podrá tener conciencia moral el vendedor del establecimiento que le impida vender tal pastilla pese a que esté disponible? ¿Por qué obligarlos a atentar contra la salud y la vida, que ellos protegen? Contradicciones.

A mi entender, mientras no se esclarezca las reales consecuencias de dicha píldora, las empresas distribuidoras que tienen como misión resguardar la salud y proteger la vida, deberían poder recurrir a la objeción de conciencia para hacer cumplir los valores y principios en que ellas creen. La “sintonía” entre el gobierno y los principios que defienden la vida, deberían de traducirse en hechos concretos y no en palabras que alberguen discursos como el que señaló S.E. Bachelet con respecto a sus similitudes con el Obispo de Roma. Contradicciones.