lunes, 2 de enero de 2012

Más que un idioma

Existen muchas columnas que incentivan el estudio del chino mandarín basándose en argumentos que se vinculan principalmente con las perspectivas laborales en un escenario económico donde el comercio internacional es cada día más importante, sobre todo con Asia y principalmente con China. En esa línea, podría dar como argumento que las inversiones chinas en Chile prioritariamente han sido en la agroindustria y en la minería, y que se espera un aumento de la inversión en otras industrias, por lo que hablar chino sin lugar a dudas generaría ventajas competitivas personales únicas para quien desee trabajar en ellas, así como también podría argumentar que la superficie terrestre cultivable en China no alcanzaría a futuro para alimentar a su numerosa población y que por ende Sudamérica aparece como un continente que podría suplir tales necesidades a través de exportaciones, o simplemente podría indicar como argumento que dominar el idioma extranjero más hablado en el mundo sin lugar a dudas abriría, para quien así lo desea, enormes oportunidades laborales y sociales. Sin embargo, mi intención en estas líneas es fundamentar la importancia de aprender este idioma desde otra perspectiva.
A mi juicio, aprender chino mandarín se traduce en una oportunidad única de expandir nuestra mente y la forma en que pensamos. Si bien el estudio de cualquier lengua se traduce en una excelente oportunidad para aprender otra cultura, en el caso en particular de este idioma, permite acceder a una bastante diferente a la nuestra, que exige entonces un mayor enriquecimiento, pues permite entender que la visión que tenemos de muchas cosas en occidente, particularmente en Latinoamérica, es absolutamente parcial y miope. Apreciar la cultura china, no sólo disfrutando de sus artes, sino comprendiendo aspectos históricos, religiosos y sociológicos facilita entender de mejor forma la contemporaneidad. El mundo del hoy y las complejidades del ser en siglo XXI exigen miradas que van más allá de nuestras culturas y propias soberbias, pues centrarse sólo en fórmulas occidentales limita el raciocinio y el buen entendimiento. En tal sentido, aprender este idioma abre la oportunidad para acceder a esta cultura desde fuentes más directas que cualquier otra lengua como canal instrumental.
Adicionalmente la escritura china posee sinogramas, es decir, no son letras como en un alfabeto tradicional, sino un sistema bastante logosilábico, en el que cada carácter es un concepto abstracto de la vida real que se va relacionando y concatenando para formar palabras y oraciones. Esto permite desarrollar el pensamiento con una mirada más dilatada y estética, muy diferente a la nuestra, que en determinadas etapas de nuestra vida, como en la segunda infancia, aquella entre los 6 y los 12 años, permitiría al estudiante el desarrollo de miradas integrales y compresiones del medio diferentes a las tradicionales, como cuando a esa edad se aprende a jugar ajedrez o a tocar algún instrumento musical.
Por lo mismo, el aprendizaje del chino mandarín debe entenderse, no sólo como un medio para acceder a una ventaja en un mundo altamente competitivo, sino como una oportunidad para el desarrollo personal, ya sea a través de la comprensión y deleite de una cultura, como también en el desarrollo cognitivo de quien aprende una lengua tan completa.