viernes, 5 de octubre de 2007

Cultura de lo Desechable

Dicen que todo cambio es bueno. Pero dentro de las cosas que más stress produce en una persona, está el cambiar de casa. ¡Qué traumático es una mudanza, aún peor cuando la familia perduró por décadas en el mismo domicilio! Surge entonces la necesidad de abrir closets, bodegas, entrepisos y descubrir cosas y objetos de la más variada índole, algunos guardados con el objeto de una eventual futura utilización y otros por el recuerdo que en sí mismo significan. Aparecen por ejemplo, juguetes de personajes irreconocibles por las nuevas generaciones, libros jamás leídos, cassettes con música mal grabada, floppy disk cuyo contenido es imposible averiguar, piezas sueltas de rompecabezas, envases de rollos fotográficos que esperaban algún uso, relojes con pilas oxidadas, etc. Como que antes todo se guardaba, como que se les prolongaba la muerte, como que nada se botaba, ya que todo se podía reutilizar.

Nuestros abuelos compraban loza, manteles, cuchillería, cristalería, todo de reconocidas marcas europeas que hoy son sustituidas por piezas más modernas, de diseños minimalistas, prácticos para el microondas y el lavavajilla. Los vestidos de novias y los trajes se reutilizaban una y otra vez, gracias a la labor de modistas y sastres. Existían zapateros. Las cosas se arreglaban, no se desechaban.

Nuestros padres, lavaban y planchaban nuestros pañales, pañuelos y servilletas. Hoy preferimos lo desechable, ya que son más prácticos, higiénicos y baratos. Cuando nuestros papás cambiaban de auto, cada siete o más años, hasta la radio era desinstalada para ser parte del nuevo. Crecimos con el mismo equipo de música, el fiel refrigerador, y toda la línea blanca perduraba años. ¿Cuánto tiempo duró aquel televisor, que nos brindó mañanas de dibujos animados y “Tardes de Cine” o “Cine en su Casa”? Lo tuvimos que cambiar al pobre, porque los cables del primer VHS ya no permitían conectarlo a la antena, donde también instalamos nuestro primer Atari, que nos acompañó por años. Lo recibimos de regalo en Navidad, con un árbol de pascua y un Pesebre que nos acompañó también por años. Los adornos navideños, eran cuidados de manera extrema: las bolas de colores del árbol, eran de vidrio, por lo que había que tomar medidas extremas para resguardarlas de una Navidad a otra. Crecimos en un entorno que no variaba. Todo lo que nos acompañaba era casi eterno.

Cierto es que los tiempos han cambiado. Sabemos que ningún objeto que nos acompaña, perdurará con nosotros por mucho tiempo. Los artefactos en la cocina durarán 5 años, el televisor cada 4, nuestro auto lo cambiaremos cada 3, nuestro Laptop cada 2 y ojalá nuestro celular alcance a acompañarnos más de doce meses. Las tecnologías se reemplazan rápidamente y los costos de los productos son cada vez más bajos. Esto ha posibilitado la democratización del consumo, ya que más clases sociales pueden alcanzar bienes que antes eran prohibitivos para ellos, y el rápido reemplazo de los productos hace que uno pueda acceder a bienes con más tecnología y mayores prestaciones. Esta nueva forma de consumo, con ciclos de vida de los productos más cortos, implican un cambio en los valores del consumo: de una cultura de lo perdurable, de lo perenne, a una cultura de lo desechable, de lo caduco. El problema, es cuando los valores del consumo, son llevados a otros aspectos de nuestra vida cotidiana. La cultura de lo desechable aplicada, por ejemplo, en nuestras relaciones sociales, en nuestra familia, en todo aquello que implica algún tipo de compromiso perdurable. Como que se generalizó la cultura de lo desechable.

Así como resulta más cómodo reemplazar un refrigerador que ya tiene sus fallas, estamos desechando muchas grandes cosas de nuestra propia vida, porque ni siquiera nos esforzamos en tratar de arreglarlo. Generalizar la cultura de lo desechable, hace que no nos esforcemos por el compromiso, aquello que finalmente da razones y argumento a nuestras propias vidas. Entablar relaciones humanas bajo el punto de vista del consumo, tarde o temprano, nos llevará a sentirnos solos, en una sociedad que requiere personas plenas comprometidas con su familia, con su empresa, y con toda la comunidad en la que estamos y somos.