viernes, 28 de septiembre de 2007

Ser un buen Colaborador

Si bien en el mundo de la empresa y los negocios hay que aprender a ser un buen líder, dicho aprendizaje parte por aprender primero cómo ser un buen colaborador. Como no hay cursos para ello, uno generalmente basa su estilo de colaboración asumiendo cómo le gustaría que uno de sus subalternos fuera con uno. En función de aquello, uno puede establecer cuatro fundamentos esenciales en la relación que uno debe establecer con su autoridad, a fin de ser realmente un buen colaborador.

1) En primer lugar, uno debe presentar a su jefe de la manera más simple y selectiva los problemas que debe resolver, ojalá con alternativas de solución efectivas, sin temor a que la opinión de uno contradiga la del superior o pueda ser ignorada por éste. Eso sucede, por ejemplo, en el caso de Sancho Panza, reflejo de la máxima cotidianidad, quien con sus refranes y cultura popular acompaña los pasos de un guía, el insensatamente sabio don Quijote de la Mancha, siendo incapaz de contradecirlo, por ejemplo, al apreciar la real “belleza” de Dulcinea del Toboso, llevándole el amén permanentemente.

2) También debe ayudar a su superior a decidir adecuadamente en función de los objetivos del negocio, y no del propio. El opuesto a este estilo, lo apreciamos en el Lazarillo de Tormes, quien representa al subordinado pícaro y astuto, a quien lo motiva sus propios intereses, y su compromiso se centra más en sus necesidades que en los objetivos comunes. Al igual que el personaje, este tipo de trabajador cae en el cinismo y a veces en el mal uso de los recursos de la empresa, a causa de su inmoralidad. Quizás debido a su ignorancia y a sus pesares, uno puede lograr simpatía por el Lazarillo, pero en el lugar del ciego y con plena información de los actos, cualquiera de nosotros lo despediría.

3) Debe ser capaz, además, de responder todas las preguntas a su jefe, relacionadas con el negocio y de las cuales uno posea respuesta, incluso aquéllas que merecen una contestación incómoda para él. Esto lo podemos apreciar en Bertuccio, mayordomo de Edmond Dantès, también conocido como el Conde de Montecristo. Subalterno y superior, caen en una eventual demencia, quizás por aquello se justifica que el empleado no detenga en sus malandanzas al Conde, quien un día le dice a su mayordomo: “Uno de los dos debe estar loco”. El subalterno con elegancia respondió “El señor no iba a contratar a un mayordomo demente”.

4) Por último, cuando su jefe le pregunte algo, uno debe responder con mucha seguridad, con información procesada, apoyada en datos, con opiniones propias y argumentadas, ya que su superior no tiene por qué saber de todo, y menos ser experto en lo que usted sí lo es. Por tanto, no hay que ser como Tomás Rodaja, quien fue hechizado por no corresponder a un amor, transformándose en un desquiciado que asumía ser de vidrio, tildándose de Licenciado Vidriera, capaz de dar las más insólitas respuestas a los habitantes del pueblo, con temor a romperse por su supuesta fragilidad. El no ser capaz de decirle a un superior cuando éste se equivoca es cobardía, por miedo a su propia debilidad, como la del joven Werther, quien ni siquiera logra afrontar su lasitud en el plano personal.

Es que el mejor colaborador es aquél que hace su trabajo de manera efectiva y con iniciativa, soluciona los problemas que enfrenta, colabora con las decisiones según los objetivos corporativos, y es sincero y profesional en su papel de subalterno. En síntesis, hay que ser leal con su jefe. Lealtad no sólo cuando el escenario sea favorable, puesto que cuando uno comete un error debe reconocer su grado de responsabilidad, y no simplemente responsabilizar a toda la empresa, afirmando sobre un error que “Fuenteovejuna fue”.