miércoles, 2 de mayo de 2007

¡Censura!

Me adhiero plenamente a las palabras del Director de El Observador, quien señala en la editorial del sábado 21 de abril de 2007 que “… un vecino se transforma en un ciudadano activo, cuando tiene opinión sobre su ciudad…”, de su entorno en general. Es pues, ese sentido de participación la que hace de algunos verdaderos agentes de cambio, o al menos pequeños partícipes de éste, dentro de sus propias comunidades. Ese es justamente la oportunidad que este medio nos otorga a sus columnistas, la posibilidad de opinar, sin censura, sobre diferentes tópicos según nuestras propias especialidades. He aquí lo que a mi juicio es un atributo de este medio, el ser capaz de tener una postura sobre lo que sucede, de ahí su lema “se atreve y lo dice todo”.

En tal sentido, nuestra participación como columnistas se basa en afirmar, según nuestra forma de ver las cosas, una perspectiva que permite entregar y aportar una traza sobre la realidad, la que no radica en plenitud en lo que uno afirma, ni tampoco en lo que puedan opinar quienes difieren de nuestros dichos y pensamientos. Asumir que la verdad es propiedad de uno, o que los métodos para llegar a ésta son correctos si es uno el que los aplica es sinónimo de miopía intelectual.

Sin embargo, reiteradamente en la historia de la humanidad nace la figura del censurador, aquel que hace suyo ciertos elementos en disconformidad del censurado, y que los pone bajo su contexto, bajo su perspectiva, bajo su propia coherencia subjetiva. De esta forma, el censurador ejerce cierta presión al censurado a quien reprime y amenaza, buscando, de alguna forma, el equilibrio del miedo, que él mismo carga, contra la posibilidad de ver en otros la verdad que él no puede o no quiere observar. Quizás cierto aire de divinidad nos traiciona a la hora de descubrir nuestra propia humanidad e intimidad.

El miedo del censurador, es un miedo a su propia intimidad, un miedo a perder su propio control de lo que a su juicio es su realidad. Por tanto, censurar, implica producir miedo al censurado, y simultáneamente, aliviarse de su propio miedo. De esta forma el censurador es leal consigo, y con su historia.

Lo que desconoce el censurador, es que su acto, de naturaleza ignominiosa, ensalza lo censurado, ya que denota ciertas verdades que el censurado las razona, le da significado, pero las opaca por no darle validez. En tanto que lo óptimo sería entender lo que el censurado opina, mas no negarle la vocería de afirmarlo. Dar la oportunidad de leer y escuchar opiniones contrarias a la de uno, aunque sean ironías, es estar dispuesto a entender al otro, y puede, a los ojos del censurador, significar perder control y poder, lo que es esencial en la humildad de la razón y del camino a la veracidad. El miedo no hace otra cosa que mostrarnos en nuestro lado más débil, y que obliga a censurar al que afirma la otra perspectiva de lo que opinamos o inferimos.
Un censurador se apropia de la verdad, y de cualquier modo de llegar a ella, de la ética de la estética, de cualquier disciplina, e impide bajo algún parámetro establecido por un grupo, la libertad de opinar, sobre el objeto o acto en cuestión. La censura no sólo sirve entonces para manipular las conciencias de los pueblos privándolas de su libertad de información, también es producto de una lucha por los mercados que impide la tal adecuada competencia, ya que reprime la plena y transparente información.
Es aquí donde radica la importancia de la existencia de los medios, ya que éstos amplían la oportunidad de expresión de los ciudadanos. Los periodistas, de actuar adecuado, deben velar siempre por la no censura de sus entrevistados, de sus reportajes, de sus columnistas, de las cuestiones que tienen bajo su responsabilidad. Cualquier complicidad entre censurador, periodista y medio, perjudican la libertad que tienen aquéllos que están con sus ojos puestos en estas letras, y que esperan informarse a través de medios de comunicación, que sin miedo, sin censura, sean capaces de mostrar las realidades bajo todos los contextos, la del represor y la del enmendado, intentando entonces, enseñarnos que nadie es propietario de la verdad o de los métodos para llegar a ella. Gracias Diario El Observador por enseñarnos a opinar, sin censura y con la intención de apoyar el desarrollo de nuestras ciudades, como ciudadanos activos que somos. Feliz primer aniversario.