miércoles, 2 de diciembre de 2009

¿Quién dijo que éramos un país triste?

Ignoro por qué dicen que somos un país triste. Quizás porque somos los ingleses de Sudamérica y a los ingleses les dicen que son los tristes de Europa. Puede ser porque al compararnos con los brasileños o los caribeños, nuestra forma de ser, nuestra cultura, nuestra idiosincrasia es bastante más sobria. O fome. Esta reflexión me surge porque el otro día un extranjero me dijo: “Me gusta Chile en período de elecciones, porque se siente más alegre”. Y después de observar a los candidatos yo creo que tiene razón.

En campaña electoral las calles se llenan de carteles publicitarios, conocidos como “palomas”, donde se aprecian rostros “photoshopiados” de candidatos a gran escala. Todos sonriendo. Ignoro por qué no le creo mucho a los que usan corbatas amarillas. Debe ser simple casualidad.

También aparecen en los semáforos rojos unos team de señoras con banderas de colores, que las agitan con expresión tediosa y que perturban el show del malabarista, ahora distraído entre tanto banderín. Estoy esperando cruzarme con el que lanza fuego por la boca y ver lo que acontece.

La caravana del circo de septiembre, ahora es reemplazada por la caravana del candidato. Bocinas y autos con más banderas abren paso a …. nada, ya que no aparece ni el candidato, ni el tigre blanco de los Hermanos Fuentes Gasca, ni el féretro del funeral pasado. Es sólo marcar presencia. Estar. Producir taco.

La franja política también transmite alegría. Me encanta ver cuando una veintena de candidatos salen por detrás de un prado verde, todos tomados de la mano, como si fueran Teletubbies. Los candidatos se ven felices y amables con todo el mundo: deben abrazar a una abuelita de delantal, darle la mano a un chilote y a un mapuche, conversar con un estudiante ñoño, con un homosexual orgulloso y con un minusválido, caminar junto a un deportista, y darle un beso en la frente a un niño pecoso al que le falta un diente, todo con fondos de pantalla que muestren el desierto, el campo, la ciudad, un palafito, un moai, un ascensor porteño, el morro de Arica y el ovejero de Punta Arenas y cualquier otra postal que sirva para que alguien se identifique con tal candidato.
Vender felicidad, esa es la idea. Creatividad ya utilizada desde la ochentera “La alegría ya viene” hasta la “Yes, we can” de 2008. El marketing político hoy se centra en “vender” cambio, esperanza, felicidad, y como ésta siempre se considera escasa, más votos supuestamente capta.

Si además de ofrecer felicidad el candidato promete máxima seguridad, casi al estilo de estatizar a Mazinger Z, y salud y educación para todos, se espera que al menos logre una importante proporción de los votos. Por lo mismo, los candidatos no se diferencian, ya que los temas que generan controversias, como el aborto, los derechos de las minorías sexuales, la concesión de una playa de Arica a bolivianos, la píldora del día después, tampoco generan alegría.

Parece que nos quieren comunicar que se es feliz cuando no hay controversia, cuando no hay debate. Yo al menos creo que no es así. Por lo mismo, quizás, somos un país triste. Pienso.