viernes, 16 de noviembre de 2007

Improvisación en Reuniones

Cuántas veces he tenido ganas de expresar lo que el Rey Juan Carlos señaló al Presidente Venezolano: “¿Por qué no te callas?” En mi experiencia en el mundo de la empresa he asistido a múltiples reuniones y cientos de comité en empresas de variada naturaleza. He observado que tales reuniones pocas veces comienzan con un objetivo definido, con tiempos de inicio y clausura establecidos y cumplidos, y con desenlaces propios del fin que tuvo tal cita. Peor aún, las conclusiones pocas veces se aplican. Las reuniones, cosa que las empresas no consideran, tienen un costo, que es la proporción del tiempo de la remuneración de los asistentes más el valor que agregan en su respectiva institución, y por lo tanto, sus resoluciones debiesen aportar más valor que el costo de tales citas.

Pero sin lugar a dudas, lo que más me llama la atención de una reunión, y esto me ha sucedido en empresas chilenas, españolas, argentinas, peruanas, entre otras, es la calidad de las intervenciones. Los participantes, los que muchas veces ni siquiera saben por qué están invitados a la reunión, emiten juicios y opiniones fruto de la improvisación, o bien, apoyan simplemente al que primero habló. La carencia de argumentos, y sobre todo, la falta de una meditación del tema de manera previa, hacen de estas juntas, verdaderas espontaneidades de juicios y ponencias. La sabiduría pocas veces abunda en tierras que no hayan sido lo suficientemente afianzadas.

Aún recuerdo una reunión en que participé como asesor en planificación estratégica. La interrogante versaba sobre si la planta productora de conservas debía trasladarse a una nueva localidad o bien permanecer donde estaba. Tal cuestionamiento, merecía una evaluación del proyecto, con un adecuado estudio técnico sobre logística, costos, y por supuesto, un cuidadoso estudio del impacto medio ambiental. Los gerentes al unísono opinaron de manera improvisada. Cuando uno de ellos afirmó que la nueva ubicación significaría un aumento en los costos de mano de obra, algunos de los contertulios no estuvieron de acuerdo. Nadie manejaba datos precisos, sólo fue improvisación. Entonces, surgió la bienvenida que la espontaneidad da a la idiotez: decidieron votar a mano alzada la ubicación de la fábrica. Como asesor, les hice saber que las decisiones de este tipo merecían un razonamiento proporcional a los costos y riesgos de cada una de las alternativas. Siguieron el consejo, y se elaboraron los estudios para tomar una decisión argumentada.

Por eso afirmo, que quizás por cortesía, o por no querer asumir el rechazo de otro reunido, muchas veces nuestra naturaleza nos impide hacer callar, al que opina sin argumentos o al que simplemente no permite la fluidez de las ideas. Interrumpir, e incluso romper el silencio, es señal de no valorar la opinión del otro, o la necesaria reflexión. Y si en una empresa no se aprende a participar en reuniones, y saber callar al impertinente, difícilmente se pueden tomar decisiones que no conduzcan a la organización a un actuar improvisado.