jueves, 22 de noviembre de 2007

Consumo y Felicidad

Muchos desean algo material que no tienen. Incluso sienten que requieren eso material, que es de consumo y uso en público, porque así otros los mirarán y catalogarán diferente, supuestamente con respeto y admiración. Compararnos materialmente lleva a clasificarnos como mejor o peor que otro. “Me ha ido mejor que a él”, “ella tiene una familia más feliz que la mía”, “su auto es más veloz que el que tengo”, “vive en mejor barrio”. Compararnos nos hace menos felices y pocas veces nos damos cuenta que muchos tienen menos que nosotros.
Cada año la revista Forbes hace noticia en los medios de prensa con su ranking de los hombres más ricos del mundo. En él apreciamos cómo los más ricos se hacen algo más ricos o algo más pobres. No tengo la experiencia, pero creo que cuando tu fortuna supera los 50.000 millones de dólares, que esa fracción aumente en algo o bien disminuya un poco, las comodidades y lujos que te rodean no debiesen variar. Quizás sólo podrían aumentar el falso orgullo que alimenta la presunción y la vanidad.

Años atrás, leí un reportaje donde no buscaban al hombre más rico del planeta, sino al más pobre. Encontrarlo, no era tan difícil como podría pensarse al ver las estadísticas que indican que en el mundo mil millones de personas despiertan cada día sin tener comida asegurada. Si bien podemos rankear al más rico y saber quién está arriba, en la cúspide, los más pobres del mundo están abajo en la base del triángulo y son millones. En aquel reportaje, se afirmaba que cientos de miles de personas en el mundo tienen como única cosa material un pantalón, harapiento y deshilachado, casi un taparrabo. A modo de muestra entrevistaban a un habitante de Río de Janeiro que poseía únicamente esta prenda. Cuando le preguntaron dónde vivía, el afirmó que en cualquier parte pero frente al mar. Cuando le preguntaron de qué se alimentaba, él dijo que de todo un poco. Cuando le preguntaron si trabajaba en algo, él dijo que sí, en cosas esporádicas y ocasionales sólo para darse ciertos lujos, tales como comprarse una bebida o alguna merienda. Cuando le preguntaron si era feliz, él dijo que sí, que él se sentía el hombre más feliz del mundo.

No es cliché afirmar que el dinero no hace la felicidad. Alguien diría pero ayuda bastante. No siempre dirán otros. El dinero hace la felicidad cuando lo que buscas es el dinero, o algo que sólo se puede comprar con él, pero cuando lo adquieres, sólo te das cuenta que alguien tiene algo mejor, por lo que querrás aquello que no posees. En fin, ese espiral de consumo, sólo lleva a sentirse vacío, a no lograr la felicidad, puesto que ésta sólo se puede encontrar en la tranquilidad del propio ser. Consumir más por competir, nos aleja de la búsqueda de la felicidad, y nos desconcentra en la exploración de nuestra propia tranquilidad individual y espiritual, y de nuestra propia calma colectiva. Como afirmó Hemingway: “no es más feliz quien más tiene, sino el que menos necesita”.