viernes, 29 de enero de 2010

Estupideces

En un vuelo corto, una rauda azafata me entrega un pequeñísimo paquete con maní salado. De aburrido, observo detalladamente el envase donde dice: “Instrucciones. Abra antes de comer”. Con humor, recordé una frase de Albert Einstein: “Sólo dos cosas son infinitas, el universo y la estupidez humana... y no estoy seguro de lo primero”.

Ignoro si la estupidez es tan infinita pero no me cabe duda que muchos de nosotros decimos o hacemos, de vez en cuando, estupideces. Por nombrar algunas: apuramos al ascensor apretando una y otra vez, y más fuerte el botón, o abrimos el refrigerador buscando algo para comer aunque sabemos que no está lo que buscamos, o bien cuando las pilas del control remoto empiezan a fallar presionamos más fuerte sus botones, o cuando utilizamos el microondas nos embobamos observando cómo gira la comida en su interior, o también si escuchamos un ruido extraño por la noche, preguntamos “¿Quién anda ahí?”, como si el ladrón contestase, “yo, el señor ladrón”.

También tenemos conversaciones o diálogos necios, como cuando llamamos a una Pizzería para encargar reparto a domicilio y nos preguntan “buenas noches, ¿qué se le ofrece? Y respondemos “llamo para pedir una pizza”. Lo mismo sucede en el video club, cuando le pasamos los DVD al joven de la caja y nos pregunta un obvio “¿las lleva?”. En las tiendas de ropa o librerías, cuando te preguntan si deseas algo, muchos respondemos “estoy viendo, gracias”, como si hubiese habido un milagro. Otros diálogos estúpidos acontecen cuando te cortas el pelo y muchos te preguntan si te cortaste el pelo, como si no fuese cierto.

Quizás aplicando simultáneamente la Ley de Pareto y la ley de Murphy se podría entender la Ley de Sturgeon. Ésta, aplicada en principio a la literatura de ciencia ficción, derivó a lo que se ha denominado la revelación de Sturgeon: el 90% de todo es estupidez. Suena dramático. Después de leer más sobre el tema y la supuesta proporción de sandeces, he asistido a varias reuniones sociales, cumpleaños, cenas, y actividades laborales. Escucho en ellas historias y anécdotas, que si bien son estupideces, representan un refrigerio para nuestras mentes. Destaco frases como: “se han dado cuenta que los árboles de limones siempre están con peste”, o “sabían amigos que al seis lo inventaron en un dos por tres”.

Si bien la regla se aplica bastante en lo social y recreativo (dado que buscamos distracción y esparcimiento), también he descubierto que es válida en el mundo empresarial. Aunque la comunicación en ambientes laborales sigue patrones más formales, muchos de los temas, de los acuerdos, de las discusiones y decisiones no perduran. Se esfuman. Haga usted un recuerdo de tantas y tantas reuniones y citas que, vistos con la distancia del tiempo, fueron sólo verbosidades. Adicionalmente, y con franqueza, no todas las conversaciones al interior de la empresa son con afán laboral. Algunas tienen como propósito mejorar el clima organizacional con juegos como el amigo secreto y festejos varios, y otras, cotidianas, son simples “sacadas de vuelta”, pequeños descansos, como el cafecito, el cigarrito y otras actividades que al ser nombradas con diminutivos suenan inocentes.

Nos guste o no, la vida está llena de momentos, acciones y conversaciones simples, que si bien parecen no tener sentido, sí se lo dan a nuestra vida. La gracia está en saber contextualizar la estupidez, que si bien cobra significancia en lo recreativo, muchas veces nos distrae en lo productivo, haciéndonos perder el tiempo para el posterior recreo merecido.

Por lo mismo, las tonteras, payasadas y boberías en sus momentos oportunos, más allá de ser un ocio absurdo, adornan nuestras vidas y mantienen nuestra infancia espiritual que nos permite recobrar las energías para el trabajo bien hecho.