viernes, 7 de agosto de 2009

Trabajar con Alegría

En sus orígenes, los siete pecados capitales eran ocho. A los por todos sabidos soberbia, gula, avaricia, pereza, lujuria, envidia e ira, se le sumaba la tristeza. Esta lista original fue elaborada por el monje Evagrio Póntico, y tras análisis posteriores de diversos autores, fue el Papa Gregorio I quien retiró a la tristeza del conjunto original.

Aun cuando no sea pecado capital, dicho estado de ánimo determina la actitud del ser humano, la predisposición hacia su entorno e incluso muchas veces hacia sí mismo.

Por esto, el afligido ve todo más oscuro que el alegre. Su espíritu más bien pesimista pronostica nubarrones donde quizás sólo hay un par de nubes, que el optimista también ve, pero como parte de un horizonte despejado.

Su tristeza es, generalmente, avalada por quien la posee, como consecuencia de variables de su entorno: familiar, social, laboral u otro, o simplemente, porque su entendimiento está bajo la sombra del desánimo.

En el ámbito de la empresa, muchos trabajadores están tristes, apesadumbrados. Poseen este sentimiento en función de alguna variable del clima organizacional, o bien de factores tales como una disminución en las ventas, la llegada de un nuevo competidor, la fusión de su empresa, la pérdida de un cliente importante, o en general, cualquier noticia o rumor que, ante sus ojos, atormenta su circunstancia, y por ende su propio ánimo abre las puertas a la melancolía.

Por lo mismo, el cultivo de la alegría dentro de los ambientes de trabajo es fundamental, ya que contribuye a que cada uno de los que forman un equipo esté con la fuerza para enfrentar los problemas, o los espejismos de aquéllos. De esta forma, la motivación sólo se da en la alegría e impulsa la predisposición al trabajo y a los objetivos. Por aquello me aventuro a afirmar que la tristeza, llevada al ámbito de los pecados capitales, está contenida en la pereza, pues ambas se relacionan como causa y efecto. El desánimo afecta entonces, no sólo a la persona, a su equipo, sino además, a la productividad de la empresa.

Creo oportuno que cada uno de nosotros en nuestro lugar de trabajo debe colaborar con un ambiente alegre. Esto no significa que el espacio laboral se transforme en una convención de payasos, pero el espíritu de júbilo, sin irresponsabilidades y ligerezas, son fundamentales como recursos necesarios de equipos de trabajo de alto rendimiento.

Es entonces una labor del directivo de empresa el generar espacios para que él y sus colaboradores generen un cambio, desde la desesperanza hacia el regocijo, cambio que debe ser parte de nuestra propia misión, como muy bien fue dicho hace un tiempo en Asís, “donde haya tristeza, ponga yo alegría”, para de este modo colorear aquello que sólo tiene matices negros, y que impide la productividad laboral, genera tensiones indebidas en la empresa, y lo más importante, afecta a la persona en su propio espíritu.