viernes, 11 de enero de 2008

Tiempo de Vivir

Febrero representa para la mayoría de nosotros un tiempo de vacaciones. Es momento de olvidarnos de nuestro quehacer cotidiano. Por tanto prometo no escribir nada relacionado con la economía ni con los negocios.

Ahora es tiempo de vacaciones. Veraneo se decía antiguamente, ya que las familias aristocráticas cambiaban de residencia durante los meses de esta estación para “cambiar de aire”, descansando del calor y disfrutando de la vida social que en el campo o en los balnearios acontecía, y que potenciaba los lazos sociales entre sí. Los habitantes de Santiago se trasladaban a sus casas de veraneo ubicadas en Viña del Mar o Cartagena. Hoy, un siglo más tarde, las familias de clase media-alta y alta se trasladan al litoral central (Reñaca, Zapallar, Cachagua, entre otros lugares) o bien al sur, donde tienen sus casas de veraneo, actualmente llamadas “segunda vivienda”.

Pero el concepto de trasladarse por todo el período estival ha cambiado por aquellas apuradas, estrechas y siempre cortas semanas, generalmente tres. Vivimos todo el año apresurados y contra el tiempo, y ahora que debemos descansar, también lo tenemos que hacer apurados. Además, con el precio del dólar por el suelo (prometí no hablar de negocios), muchos prefieren viajar al extranjero con apretadas agendas turísticas, donde apenas tienen tiempo para disfrutar de lo que están conociendo.

Recorrer el Museo d´Orsay en dos horas, subir una pirámide para descansar en la cima por tres minutos, o recorrer grandes distancias para obtener la fotografía deseada sujetando la torre Pisa, o con unas cascadas como fondo, no tiene sentido como colofón de un año en que vivimos ganándole tiempo al tiempo.

Es que el tiempo escasea. Y escasea no porque los días sean más cortos o los meses y años tienen menos días, sino porque las actividades que nos ocupan y preocupan son cada vez más. Es que nuestra sociedad, supuestamente más desarrollada, acentúa la problemática entre las personas y el tiempo. El tratar de hacer más cosas en el mismo rato del que se disponía antes nos conduce a un vertiginoso vivir, muchas veces con costos familiares altos y con un gran sacrificio personal. No sé si terminamos siendo prisioneros del reloj y del calendario, o bien esclavos de las diligencias y prontitudes. Lo que sí sé, es que el ritmo de la vida está agrediendo la serenidad del ánimo.

La gran cantidad de actividades por hacer en el mismo tiempo, implica jerarquizar qué estímulo es más importante que otro. Algo puede dejar de ser importante, cuando algún otro quehacer externo se nos presenta como urgente. El colapso de actividades por hacer y la imposibilidad de jerarquizarlas, se traducen en una estática de nuestro comportamiento, en la inmovilización, en un enorme gasto interior que busca en lo urgente y ajeno, esquivar lo importante y personal que estamos dejando de lado.

Aprender a ser amo y señor de nuestro tiempo sabiendo cómo administrarlo, significa ahondar en nuestras propias limitaciones y disipar qué hacer y qué actividad no cometer. Privilegiar la meditación a la agitación y preferir el ser al quehacer, pueden ser nuestros propósitos no sólo para el tiempo de vacaciones, sino para toda nuestra vida. Ya es tiempo de vivir.