lunes, 6 de junio de 2011

Adiós Samoiedo

Son muchas las sensaciones que despierta el cierre del establecimiento Samoiedo en Viña del Mar, pues no sólo ha sido parte de las vivencias de la ciudad, que lo han llevado a ser uno de los lugares más emblemáticos de la comuna, sino además porque ha sido parte también de la propia historia de vida de cada uno de los que hemos crecido aquí.
De pequeño, muchas veces fui con mi mamá o con mi abuela: recorríamos los locales de la calle Valparaíso, para pasar luego a tomar once al Samoiedo. Si bien su decoración jamás me llamó la atención, como sí lo hacía el salón del ya extinto Café Mirabel, las vitrinas con autos de juguete de colección, y otros pocos artículos importados a la altura de mis ojos producían mi deleite junto al chocolate helado, que se comía con esas cucharas alargadas que en su tiempo sólo se podían conseguir en el extranjero.
Ya más de grande, y como once de sábado, gozaba con esos exquisitos sándwich, cortados en tres, que se caracterizaban por ser los únicos donde la palta se servía laminada, y no molida; y el té, sin los rebuscados sabores disponibles actualmente en el mercado, pero servido finamente en una tetera, la cual se mantenía en la mesa para una repetición en autoservicio. Ya en juventud, el café cortado representaba la perfecta excusa para compartir con amigos, el que te servían con gusto y confianza muchos garzones que por años te vieron crecer. Curiosamente al pagar, eran ellos mismos los que te entregaban el vuelto, en un acto que permitía cierta eficiencia en el uso de las mesas, y que ya comprendí, cuando en mi mente el asombro no lo producían los autos de juguete, sino entender los modelos de negocio que hay de tras de las empresas y del comercio, por lo que claramente el mundo ya no se veía con la magia que uno querría.
Con esta mente de adulto, que a veces aborrezco, es que comprendo que los costos de oportunidad para la familia Aste son mayores que la utilidad que hoy el negocio les produce, pues supongo que el alquiler del local permite obtener una renta mejor, la que les facilitará iniciar otros emprendimientos gastronómicos, eventualmente con la marca Samoiedo, apellido del fundador del establecimiento, apellido que aunque muchos crean no es de origen italiano, sino ruso.
Su desaparición conlleva también el fin de una época, la de la gloriosa Calle Valparaíso, la de los salones de té, la de la vieja Viña del Mar, que hoy se abre a recibir otras costumbres, en torno a cafeterías franquiciadas, donde lo nuevo es un valor, y la tradición algo que no tiene cabida. Es pues esta nostalgia inspiradora la que me hace pensar en otros establecimientos que ya no existen, y en otros que pronto podrían desaparecer. Confirmo que el tiempo finalmente lo destruye todo, y que en su naturaleza irreversible, sólo nos invita a disfrutar un buen café en los últimos días del Samoiedo, extrañando nuestra propia infancia, aquella que nos permitía ver un mundo más simple, más protegido, mucho más cómodo.