lunes, 15 de junio de 2009

¿Fuiste a Viña y no conociste el Reloj de Flores?

“No hay nada menos criterioso que preguntarle a quien regresa de un viaje si visitó tal cosa o hizo aquello que era supuestamente fundamental, bajo la equivocada premisa de que eso olvidado es imprescindible para entender la totalidad del destino”.

Piero Moltedo Perfetti
MBA, Universidad Carlos III de Madrid
Director Escuela de Negocios, UVM

Al igual que la observación de una obra plástica, los viajes poseen tres etapas. Cuando uno camina por una galería de un museo y se encanta con un cuadro, ése es su primer momento. Posteriormente, uno se acerca a ver detalles, cosas que le impresionan, las pinceladas, etc., para posteriormente tomar distancia y verlo, sentirlo como un todo. Emocionarse a la distancia.

Con los viajes sucede lo mismo. Primero una preparación o planificación (al menos en su itinerario básico), después el viaje en sí, y posteriormente el regreso. Esta última etapa posee la gracia de mantener el espíritu bajo el don de la ubicuidad, sentir que se está aquí, en medio de la vaguada costera y simultáneamente en la Plaza Roja de Moscú, o en algún archipiélago polinésico, en una confortable habitación estilo palafito, donde la única preocupación es saber si el color del mar es calipso o turquesa. Esta ubicuidad posee la tristeza de reencontrarnos con nuestra cotidianidad y la gentileza de recordar los merecidos asombros de los destellos propios de la experiencia lograda.

Mi amiga Paulina está justamente viviendo esta etapa. Tras algunas semanas en diferentes ciudades de Estados Unidos, ya está logrando asumir que finalmente los viajes son experiencias para el espíritu, amplitudes de horizonte para la mente, y en general, mucho más que los magnetos multicolores que ahora adornan su refrigerador.

Sin embargo, su ajustada agenda la llevó sólo un día a Nueva York. ¡Un día en Nueva York! ¿Qué haría usted sólo un día en Nueva York? Yo al menos me iría del aeropuerto al MoMA, entraría a la sala de los Highlights y me quedaría nuevamente asombrado por “Las Señoritas de Avignon” de Picasso, bello cuadro sin perspectiva que produjo más de algún enojo a la señora del pintor, y por supuesto me detendría frente a la “Noche Estrellada” de Van Gogh, que genera en tu mente un mareado placer extático que su lámina es incapaz de traspasar. Luego en la 42 con Broadway tomaría el típico bus de dos pisos que recorre toda la ciudad. Pasaría por fuera del Empire State y me bajaría en el Battery Park para ver la Estatua de la Libertad. De ahí, caminaría por el centro financiero (hay un cementerio muy bello cerca de la Bolsa de Comercio). La foto con el toro. Y pasaría la tarde en el Central Park. Me preguntaría: ¿dónde van los patos en invierno? Cuestión que jamás respondió Holden Caulfield, y que llevó a un cualquiera a asesinar a Lennon. Por la tarde, frente al Hotel Plaza, visitaría el mini zoo del Central Park y descansaría observando, bajo la superficie, el pelaje del oso polar al nadar de un lado hacia el otro, como la monotonía típica que me espera de vuelta en Chile.

Paulina en cambio, no siguió mis consejos, sino que contrató desde Chile un tour Full-Day: el tour de “Sex and the City”. Éste consiste en recorrer en un bus las diferentes locaciones donde se filma tal popular serie de televisión, durante todo el día, con el sacrificio de no poder recorrer el enorme listado de lugares turísticos que Manhattan ofrece. Qué tour más absurdo dirá usted.
Bien por ella, pienso. El problema ha sido en su retorno. Todos le preguntan: ¿Fuiste al Museo de Historia Natural? ¿Cruzaste el puente de Brooklyn? ¿Fuiste a ver un musical a Broadway? No hay nada menos criterioso que preguntarle a quien regresa de un viaje si visitó tal cosa o hizo aquello que era supuestamente fundamental, bajo la equivocada premisa de que eso olvidado es imprescindible para entender la totalidad del destino.

¿Fuiste a Río de Janeiro y no hiciste el tour de las Favelas? ¿Fuiste a Buenos Aires y no entraste al Jardín Japonés? ¿No cenaste en el Ristorante Italiano de Sao Paulo? ¿A Guayaquil sin conocer la plaza de las Iguanas? ¿Fuiste a Barranquilla y no entraste al edificio Miss Universo? ¿Visitaste México sin conocer el museo de las momias de Guanajuato? ¿Fuiste a Orlando y no entraste al Jardín de Orquídeas? ¿En San Diego no fuiste al Zoo? ¿No entraste al show de los tigres en Las Vegas? ¿Estuviste en Inglaterra y no te tomaste un trago en el bar de los Beatles? ¿Y en Rapallo no conociste el Santuario de la Madonna de Monteallegro? ¿En Roma no viste la estatua del Moisés? ¿No me digas que no conociste en Paris la tumba de Jim Morrison? ¿Fuiste a Bratislava y no conociste el castillo sobre el Danubio? ¿Visitaste Sudáfrica y no fuiste a Cape Town? ¿No conociste en Beijing el templo a Hotei? Por último, ¿viste las puertas del Parque General San Martín en Mendoza? Entonces no conociste nada. ¿Acaso quien no visitó el Reloj de Flores no conoció Viña del Mar?

Con el tiempo, y es lo que he recomendado a mi abrumada Paulina, uno debe viajar dónde quiere y a conocer lo que quiere. Siempre aparecerá quien sólo quiera demostrar que realmente él conoció el destino, cuando lo importante es recatar de cada lugar que se visite, aquello que tu mente y espíritu necesitan, para regresar a tu origen manteniendo la anhela ubicuidad que el pensamiento global necesita, y la curiosidad individual obliga.