martes, 26 de mayo de 2009

La Fidelidad

Cada cierto tiempo sorprende una noticia sobre algún perdido perro, que tras recorrer una gran distancia, consigue llegar a brazos de su amo. Puede ser que por conductas como ésta se le asigna al perro el adjetivo de fiel y el título de “el mejor amigo del hombre”. Será o no fiel un perro con su amo lo ignoro, pero sí existe una relación entre ambos, supuestamente de subordinación, de dependencia, incluso de propiedad. Una condicionante entre uno y otro es el fundamento de la palabra fidelidad que tiene su origen en la relación entre un siervo y su señor, sea Dios, sea un rey.

La fidelidad nace de una condición, es decir, de algo que obliga, como una promesa, manifiesta o tácita, o en ciertos casos incluso de un juramento. Su fidelidad entonces será realizar tales obligaciones, los deberes. Uno se obliga en un determinado tiempo, en un ahora que ya fue, muchas veces sin ningún plazo de duración o vencimiento, sin caducidad, para toda la vida, y siempre basado en su soberanía y en sus propias circunstancias.

En su soberanía, ya que de manera lúcida, libre y voluntaria la persona opta por un compromiso. Las obligaciones bajo condiciones ajenas a las soberanas no son válidas, y la traición a ellas será consecuencia de la justa rebeldía de situar a la libertad por sobre la sumisión. Quien no combata por su libertad será entonces condenado a su propia traición.

En sus circunstancias, porque hoy quien se hace fiel puede poseer determinadas convicciones y sentimientos que después, mañana o más allá, pueden oscilar. Por lo que prometer significa asumir una condición para el futuro, desafiante quizás, exigente tal vez, pero obligatoria. Por tanto, condicionarse, desconociendo el futuro azaroso, o con variopintos escenarios, es buscar la fidelidad con un mayor nivel de compromiso, un mayor riesgo. Sin volatilidad, ser fiel sería caminar por el único sendero disponible, es la rutina de la imposibilidad. En cambio la vida es la sumatoria de improvisaciones que sin casualidad ocurren.

Lo esperable es que las circunstancias cambien. Todo lo humano es inconstante. Pensar que lo de hoy será lo de siempre es asumir que el pasado fue como el hoy. Por lo que el leal debe ser constante, superponiendo su voluntad inicial al deseo improvisado. Su permanencia le permitirá mantenerse y no embobarse. Optar por lo perenne y dejar de lado lo perecedero. Mantenerse finalmente en la ruta que alguna vez, bajo parámetros iniciales, decidió empezar.

Cuando se es fiel, se es fiel con el proyecto que uno mismo decidió emprender, pero momento a momento. Los pasos en una carrera conducen al logro de la meta. Comprometerse con el final, desconociendo la importancia de cada paso, instiga a no lograr el propósito, ya que cada zancada merece la fidelidad original que la aspiración solicitaba. Llegar a la meta por otro camino es sólo llegar al destino, pero no al objetivo, ya que se fue desleal con el trazado.

Por lo mismo, cuando se es fiel, se es fiel con su futuro, con lo que uno espera de sí. Si no engaño a otros, si no traiciono a terceros, me soy fiel a mi mismo en el acto de cumplir aquello con lo cual me comprometí con plena autonomía. Con mi deber. Y la fidelidad es esclava del deber. El deber es el arma que el ser posee contra las improvisaciones. Las preocupaciones son parte del futuro, de lo que aún no se ha escrito, ya que no existe preocupación sobre el pasado. Y las mayores preocupaciones te las entrega el cumplimiento del deber, como quizás también las menores gratificaciones.

Responder a lo que me obligo, implica entonces ser fiel a su propia decisión, a su autonomía y a su memoria. Si no se recuerda, no se le puede ser fiel. Por lo mismo, el olvido es el principio de cualquier infidelidad. Es su descuido. La grandiosidad estaría en dar cuando uno olvida y recordar siempre cuando uno reciba. La gratitud sin memoria tiene más valor, como el perdón cuando sí se recuerda la traición. Se será fiel entonces no con lo que se prometió, sino con lo que se recuerda. Por lo mismo, dependerá cómo se escriba la historia y quién la escriba, el cómo se interpretará después. De eso incluso puede depender la verdad. Sólo el olvido honesto es perdonable, ya que jamás podría ser infiel la inocencia. Por lo mismo, uno es en la medida que es fiel a su historia, la que se hace presente, la no olvidada. Pero no basta sólo con recordar para ser fiel, como sí es suficiente acordarse para ser infiel. Debe haber una voluntad de actuar en función de lo prometido, a si mismo, o a otros.

Mis pactos pueden considerar no sólo algún principio, valor o propósito, también pueden ser en relación con otras personas, como la lealtad con los amigos o el compromiso exclusivo del matrimonio, del amor de dos. La fidelidad con otros implica de todas formas ser leal consigo mismo, aun cuando esta fidelidad se basa en la entrega hacia el otro. Y cuando se pacta, se recibe, es mutuo, hay una promesa acordada en voluntades, y como no se puede prometer lo ajeno, ya que sería atentar contra la libertad foránea, se recibe la promesa del otro porque hay un ámbito basado en la confianza, la confianza de uno por cumplir, y la del otro porque uno le cumpla, y viceversa, en reciprocidad. Siempre la fidelidad se debe corresponder. Cuando no, la lealtad de uno se debe sobreponer a la tristeza del abatimiento, del pacto unilateralmente olvidado, de la traición hecha carne en el Judas que olvidó, o que vendió su memoria. Se es entonces fiel a la maldad. Por lo que ser fiel no es ni bueno ni malo, ya que dependerá siempre de a qué o a quién se es fiel.

Traicionar al otro, es traicionar su propio proyecto, es ser infiel con uno, poco leal a su propósito. Es engañarse, mentirse, atentar contra su propia verdad. Ser infiel es violentar las confianzas, la del otro, y la que uno siente por sí mismo. Ser infiel es dañar, entonces, la autoestima, es atentar contra su propia historia, contra lo que será su propia memoria. ¡Cuántas historias de amor nacen de un compromiso tildado de eterno, y termina siendo efímero! Es un singular que se transformó en plural. Se construyó, finalmente, sobre la mentira, sobre el engaño, o quizás sobre la ilusión de que algo existe cuando es fantasma, de que está cuando sólo estaba su sombra. Frida y Diego se prometieron amor tantas veces, olvidando que éste sólo se promete una vez. Ya la segunda invita a las siguientes, porque cuando se es infiel una segunda vez, la tercera se hace presente si uno no asume su infidelidad con la infidelidad que ésta merece. Por lo mismo, el infiel con los otros es infiel consigo mismo, con su historia y con su proyecto. Pero si un amor no se olvida, se le es fiel. Por lo mismo, quizás exista fidelidad mientras el amor se tenga presente, incluso cuando sea ya parte del pasado.

Como en la infidelidad se atenta contra la confianza y la verdad, el ocultarle a otro algo o bien decirle a quien nos escucha lo que quiere oír, también son formas de infidelidad. Complejo será la cuestión de quien deba decidir entre dos fidelidades. Una primará, pero la culpa se percibirá por la abandonada.

La infidelidad, como parte de la naturaleza humana, también se da en el mundo de la empresa y de los negocios. La traición abunda cuando el oportunismo hace de las suyas, cuando se aprovecha de un contrato mal realizado, o de cualquier debilidad del otro, o de una simple carencia de talento. La codicia por obtener más a costa del perjuicio del otro, implica ser desleal con su contraparte, con su compañero de funciones, con su superior, con su equipo de colaboradores.

No decirle a quien se lo merece dónde se puede equivocar, omitir un consejo, incluso el no corregir a alguien cuando ha errado, son maneras en que la infidelidad adquiere forma en una organización. También el tomar la posición de quien te da un argumento, y después cambiarla frente a un nuevo interlocutor a fin de conciliarse con todos, es optar por la política de no quedar mal con nadie, cuando sólo se está quedando mal consigo mismo.

La empresa también requiere nuestra lealtad. Incluso ya fuera de ella, por la razón que haya sido. La fidelidad debe sellar la memoria, al igual que el amor del pasado.

Fidelizar clientes se plantea a menudo como estrategia, ya que la competitividad se traduce muchas veces en mercados menos leales, pero ¿es la empresa fiel a su mercado-meta? ¿Lo es con su entorno? ¿Es la responsabilidad social empresarial parte de su finalidad como organización, o es una careta para la construcción de una imagen que le permita vender más? Una orientación a las ventas es el resultado de una miope visión de mercado, de una infidelidad hacia quienes nos debemos como satisfactores de sus necesidades y ellos de las nuestras.

Cuando sólo se piensa la empresa con enfoques de plazo corto como los antes descritos, donde el cliente sólo vale por su compra, muchas veces única, el gerente se es infiel a sí mismo. No cumple su deber, actúa a espaldas de su responsabilidad y de frente sólo a su bolsillo. Ya lo dijo Serrat en Bienaventurados: “(…) Dios echó al hombre del Edén, por confundir lo que está bien con lo que le conviene.” Optar por lo correcto es un gesto de amor, aun cuando se pierda. Es un acto de fidelidad al otro, y a uno. Grandiosa es la tranquilidad del actuar comedido.

Afirmar que no existirá algún nivel de deseo hacia la infidelidad es negar la condición humana, es señalar que la promesa era innecesaria. Comprometerse es asumir el riesgo. Ahí está la gracia, ahí está el valor de ser realmente fiel: respetar, en incertidumbre, al resto de las virtudes.