jueves, 6 de noviembre de 2008

Cocktail

Uno de los aspectos que más caracteriza a diciembre, es la gran cantidad de actividades sociales de cierre o de clausura que todas las organizaciones realizan: actos navideños en los jardines infantiles, ceremonias de graduación en colegios y universidades, almuerzos o fiestas, paseos de fin de año a Olmué o Zapallar, y una infinidad de otras actividades que tienen por objetivo cerrar una etapa asociada a nuestro calendario gregoriano.

En el mundo de los negocios y de la empresa, generalmente se realizan cocktails para cerrar los diferentes asuntos en los cuales se laboró durante estos doce meses. Por lo mismo, los cocktails poseen la cualidad de permitir establecer o fortalecer vínculos sociales en un ambiente más distendido, y además observar el comportamiento de los asistentes.

A diferencia de lo que ocurre en otras grandes ciudades del mundo, e incluso de Santiago, los cocktails en nuestra zona corresponden a las mismas empresas banqueteras de siempre. De hecho basta con observar la primera bandeja de canapés para saber cuál fue la contratada.

Una vez comenzado el evento, rigurosamente con veinte minutos de atraso, todos los participantes forman diferentes grupos. Ahí se encuentran los invitados, los “paracaídas” (aquéllos que no fueron invitados) y los “convidados de piedra” (apodo inspirado en la obra de Tirso de Molina que reciben los participantes que el anfitrión, a su disgusto, tuvo la obligación de invitar y que pasan desapercibidos). Cuando habla el orador principal, suena el pito del micrófono y la mayoría lo oye sin escuchar, mientras otros aprovechan de beber el primer sorbo del evento, y por supuesto, suena algún celular con melodía indecorosa. Vienen los aplausos y el cocktail oficialmente se inicia.

Aquéllos más cercanos físicamente a las invitados principales tienden a reírse menos que los que escogieron una posición más marginal dentro del recinto. Llama profundamente la atención el apetito voraz de muchos de sus participantes. Si bien, en el ya inexistente programa de televisión “Almorzando en el Trece” los comensales se caracterizaban por no ingerir alimentos, en los cocktails todos se abalanzan sobre el garzón. De hecho, he apreciado variadas tácticas a fin de optar a un mayor consumo de canapés y masitas, como por ejemplo, el situarse con su grupo de contertulios cerca de la salida de los garzones a fin de maximizar la ingesta en la ruta crítica de la logística de distribución, o bien abrir el grupo formando una “C” y dejar casi atrapado al garzón y a su bandeja. Otros, menos educados, entregan una propina al garzón a fin de ser más favorecidos en el reparto alimenticio. Los más ingeniosos le informan al garzón, que trata de mantener la vista en el horizonte, que uno de los presente posee algún puesto importante, con tal de aprovecharse de la gentileza y de la ignorancia del repartidor. Por último, algunos le hacen preguntas al garzón sobre el clima, los arreglos florales o de cómo fue armada la carpa que los cobija, a objeto de retenerlo mientras sacan masitas calientes, generalmente frías, de la bandeja que ya no brilla.

Como muchos invitados son asiduos permanentes de este tipo de actividades sociales, incluso ya se saben, no sólo el nombre del garzón, sino el del fotógrafo que los retratará, sin copa en mano, en las páginas sociales de algún matutino o revista.

El ingenio de los participantes se pone a prueba cuando, además de sacar un canapé, deben sostener la servilleta, el pisco sour y el cigarrillo, procedimiento aún más complejo cuando lo servido es una brocheta.

Cuando el barullo generalizado molesta la conversación del grupo, significa que el cocktail está en su momento peack, anunciando el retiro de los invitados de agenda más estrecha y la permanencia de los eternos ociosos que retrasan a los que deben desarmar la carpa. Ya se retira el que siempre se mancha la corbata y la infaltable rubia de vestido rojo.

Una vez finalizado todo, queda la sensación de no haber conversado nada en profundidad, pero el gran regocijo de haber participado de un ritual propio de nuestra cultura, que sirve para compartir durante una hora con aquéllos que simplemente conoces, pero en una faceta diferente a la que la cotidianidad obliga. Por lo mismo, se aplaude este tipo de iniciativas, sobre todo cuando el ingenio y la innovación son capaces de resaltar a la institución anfitriona, quedando ese evento creativo en el registro de los participantes, no sólo como una actividad social, sino como una verdadera estrategia de relaciones públicas. La innovación hará resaltar a la marca y generará un ambiente propicio para la empresa.