lunes, 13 de septiembre de 2010

Lección del Bicentenario

Desde hace casi un lustro que diversas instituciones, públicas y privadas, han venido organizando diversas actividades y obras para conmemorar el bicentenario patrio. Desde eventos sociales y artísticos, hasta obras civiles que conmemorarían este aniversario. Sin embargo, muchas de estas acciones no se realizaron, ya sea por errores en la planificación (plazos, costos) o por penosos infortunios de este año 2010, que han dado muestra de nuestra rabiosa geografía. Es que muchas veces lo pensado no resulta plasmado en la realidad, no por errores voluntarios, sino por destinos sorpresivos que hacen de un plan, un recuerdo de aquello bien intencionado. Dice un dicho “cuéntale a Dios tus planes, que Él se reirá de ellos” y otro más popular “el hombre propone y Dios dispone”.

Nuestro país este año se ha visto enfrentado a durísimas situaciones, entre las que destacan el terremoto y el maremoto de febrero, y la situación de los mineros atrapados a cientos de metros bajo tierra en la mina San José. Estos hechos han marcado el año, y sin duda han generado interferencias en lo que se pensó iba a ser el festejo del bicentenario, desviando recursos de la construcción en función de la reconstrucción, retardando planes y modificando la agenda pensada con anterioridad.

Sin embargo, estas realidades han generado en nuestro país una solidaridad como valor central del bicentenario. Hemos sido testigos de claras muestras de ella en el actuar de muchos, y en general, la fraternidad ha propiciado un ambiente nacional de unidad, como pocos años se ha visto. Es que la solidaridad no sólo constituye la base de una comunidad, sino que hace de ella, en este caso de nuestra patria, una gran familia. Una comunidad con “consciencia de familia” produce un clima de unidad, de afecto entre quienes la componemos. Surge, quizás, de la compasión, aquella fraternidad nacida de la empatía al ver a otro miembro sufriendo, y a partir del dolor y del reconocimiento de la dignidad de quien lo carga, la solidaridad nace como el verdadero amor, aquél que no busca nada a cambio, que es ajeno a recompensas, que entrega, que se entrega, que sólo da.

En medio de innumerables ejemplos de un creciente individualismo en nuestra sociedad, la solidaridad expresada durante este año nos entrega un bálsamo de civilización, un oasis de esperanza donde el egoísmo no tiene refugio. Por lo mismo, la lección del bicentenario se orienta a generar en nuestra patria una permanente “consciencia de familia”, acercándonos al otro sin prejuicios, buscando siempre el diálogo como en la mesa del hogar, y todo, gracias a lo azaroso del destino. Por lo mismo, y tanto que se ha discutido en torno al bicentenario y al recuerdo que de él la historia narrará, no hay mejor descripción de este año que la solidaridad y generosidad que durante él se ha concebido, propiciando quizás, registrar en la historia, y en la “cápsula del bicentenario”, que la solidaridad es nuestra esencia de nación en este 2010.