jueves, 18 de junio de 2015

La claridad de ideales

Resulta del todo complejo comprender el escenario actual en que nos movemos como nación, y por lo mismo vislumbrar en él cómo podemos avanzar hacia una situación mejor, dilucidando el rol de cada uno de nosotros en cualquier mejoría. Tiendo a pensar que ser joven, padre o madre, profesor, rector, autoridad de gobierno, periodista, gerente, parlamentario, en fin, cualquiera sea nuestro papel, es difícil desarrollarlo si no tenemos la claridad de ideales que hoy se requieren en virtud del complejo contexto. Ya sea por la masividad de la televisión y sus actuales contenidos, o de las redes sociales, o por lo atractivo de la publicidad o de los centros comerciales, los valores asociados al éxito o a la felicidad enfocados exclusivamente al consumo, y a la rentabilidad como camino para éste, obligan a la gran mayoría de quienes aquí convivimos a perdernos por caminos que nos confunden. Por ejemplo, se opta por incentivar públicamente el estudio de las carreras universitarias cuyo retorno económico es mayor, generando frustración en quienes no continúan su vocación. Esclavos de la rentabilidad y de los indicadores que la conducen, nos vemos agobiados por posiciones laborales carentes de reflexión, que nos impiden visualizar lo mejor para el todo por estar forzados a lo práctico, a lo inmediato, a lo establecido, a aquello que nos conduzca a lograr más en lo medible y premiable. Carecemos de un proyecto común como sociedad pues privilegiamos nuestro propio bien, y no el mejor porvenir para todos. Nadie quiere pagar más impuestos, nadie quiere una torre de alta tensión a su vista, no es de interés el origen de la delincuencia, ni las causas del aumento de las enfermedades mentales, o las razones que explican la desintegración de la familia, etc. Por lo mismo, y como nunca antes, se requiere la formación de personas con claridad de ideales y convicción, con reflexión y perseverancia, amantes de la razón y la verdad, no esclavas del dinero o de la competencia, que logren avanzar en un proyecto de sociedad que privilegie a la persona y al plan mayor que permite el bien común de todas en su conjunto, por sobre el capital, la productividad, en fin, que logren ver más allá de lo que la cotidianidad nos confunde. En la medida que más personas avancen en esta línea, desde las diferentes posiciones y roles de cada uno, sin lugar a dudas que el bien de todos se impondrá por sobre individualismos al borde de la ilegalidad o de actitudes que privilegian el fin último, el indicador, el ganar, la popularidad, por sobre la calidad del camino que lo condujo. Estoy convencido que existen muchas personas en esta sintonía, pero en un país confundido y distraído es difícil verlas y apreciarlas entre tantos notorios contraejemplos de buena virtud.