lunes, 26 de septiembre de 2011

Envidia e injusticia

Basta que el Sistema Interconectado Central falle, para que medio Chile quede sin energía eléctrica. Se quedan sin luz la mayoría de las empresas, entre ellas, centros comerciales y supermercados. Uno de ellos es saqueado por una multitud de más de 200 personas, la que sin Dios ni ley, limpió cada uno de los estantes y refrigeradores. Si bien ese tipo de actuaciones podría estar justificado en escenarios bélicos o de extrema y humana necesidad, no se explica para la realidad actual del país. Entonces, ¿qué es aquello que motiva este actuar, para no asemejarlo al simple hurto?
Una de las hipótesis podría tener su asidero en la envidia, pues para algunos, la presión social por el consumo, como señal de estatus social en una comunidad que lo valora como sinónimo de éxito, es el elemento motivador de tal conducta. Pues si la fortaleza del carácter y la personalidad se basa en el tener, pues cualquier oportunidad despierta una conducta proclive al hacerse de algo, incluso si no es propio. Y es aquí donde la envidia se justifica para quien hurta, pues la razón exige argumentación, y es la justicia, la que el ladrón llama justicia, lo que permite finalmente el hurto.
Muchos creen vivir en la injusticia, pues diversos hechos en el acontecer nacional dan la sensación, para algunos, de vivir permanentemente “abusados”. Intereses ilegales, conductas monopólicas, usuras, entre otras protervas prácticas. Si bien existen casos demostrables donde esto es cierto, y que han sido ampliamente difundidos, quiero pensar que obedece a excepciones, pues vivir en una sociedad percibida como injusta genera la necesidad de buscar la equidad, la justicia, por lo que muchos operan finalmente con el pensamiento de que si las instituciones me hurtan permanentemente, que uno les hurte a ellos sirve para equiparar las cuentas. Para explicar y en menor escala, pero con igual significado, está la deshonestidad de quien se da cuenta que al pagar en su vuelto o cambio tuvo una regalía, y que en virtud de la enorme rentabilidad de la empresa hace caso omiso a su casi extinta conciencia.
Por envidia o por justicia, o por cualquier otra hipótesis, el actuar de estas personas en ningún caso está justificado, empero si está sucediendo debiese ser considerado como una muestra de lo que estamos construyendo como sociedad, pues los dichos desafortunados de algunos, como marginar a quien no sea de su comuna en lo que a educación se refiere, o tratar de lumpen a quien no es hijo de un matrimonio de características conservadoras, sólo potencia la desunión y aleja el clima fraterno. La paz social que tanto necesitamos, no empieza en contratar más guardias para ese supermercado, o en reclutar más carabineros, sino en un cambio de actitud de todos. En el caso de las empresas, empieza por asumir conductas asociadas a las buenas prácticas, no sólo con rentabilidades más normales y alejadas de la usura, sino también responsables socialmente con sus trabajadores, pues si no somos realmente justos, nadie lo será por nosotros.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Usura a más de 90 días

Con sorpresa reviso la prensa y me informo que el gobierno incentivará a las grandes empresas a cumplir con un comportamiento de pago adecuado con las Pymes, a través de la entrega de un “Sello Pro Pyme” que certificará que el pago es en un plazo inferior a 30 días corridos. De esta manera se espera que las grandes empresas certificadas sean escogidas por las Pymes como mejores clientes, y por ende los prefieran para sus transacciones, aun cuando en la realidad, el pequeño empresario vende donde puede, mas si las grandes empresas en algunos sectores industriales poseen conductas del tipo monopólicas, con poderes negociadores altos, donde el empresario de menor tamaño siempre pierde, esperanzado como David frente a Goliat.
Gran parte de las empresas, y he ahí el incentivo gubernamental, paga en plazos superiores a los 60 días, incluso superiores a los 90 días, lo que obliga al pequeño empresario a buscar financiamiento externo. Ya bastante endeudado, su acceso al crédito siempre es limitado, por lo que el financiamiento muchas veces es con recursos propios, lo que los obliga a tener un capital de trabajo bajo el óptimo, menor a lo deseado, afectando entonces su nivel de ventas. Parte importante de sus costos, por no tener necesariamente alta tecnología, son sus trabajadores, con quienes tiene una obligación mensual, pagos periódicos a 30 días, y cuyo incumplimiento es sancionado fuertemente. Para qué referirnos a la Pyme exportadora, sector altamente vulnerable a las variaciones del precio del dólar, pues cuando éste cae por los $460, la rentabilidad disminuye al punto de obligar el cierre y quiebra de muchas.
Este es el ahogo permanente en que viven las Pymes, 140 mil empresas en Chile, más del 98% de las empresas existentes en nuestro territorio y que dan empleo a más del 60% de los chilenos. De más está recordar las bajas tasas de emprendimiento en Chile y los aspectos positivos del autoempleo para economías en desarrollo. Por lo mismo, no cuestiono el incentivo del gobierno, sino que discuto que se deba incentivar al empresariado a generar y mantener políticas empresariales adecuadas, justas, las que se denominan como buenas prácticas, pues claramente debería nacer de ellos mismos, pues la verdadera responsabilidad social no es aquélla que se publicita, sino la que se vive permanentemente.
La empresa chilena debería de encaminarse a conductas responsables con sus proveedores, acreedores, trabajadores, clientes, distribuidores y propietarios, y en general, todos sus públicos. Pues justamente son las malas prácticas de algunas empresas las que enturbian el escenario económico, social y político, pues abusos y usuras de algunos dañan el sano lucro, la adecuada rentabilidad que tienen otros por hacer bien su quehacer, su negocio. Incentivar las buenas prácticas empresariales me parece bien, pero me gustaría una actitud aun más fuerte del Ministerio de Economía, pues cuando la “zanahoria” no es atractiva, la “vara” debiese tomar su lugar.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Estrategias económicas para la Región

¿Desaceleración o recesión? Si bien aún no se sabe cuál será la profundidad de la crisis económica, sí podemos augurar que la economía chilena no crecerá al ritmo de los últimos años, con tasas para 2012 y 2013 en torno al 5% o menos. Esta situación afectará a la Región de Valparaíso, pues si la economía nacional se caracteriza por ser abierta, nuestra región también, y más, y si el mundo está en problemas, nosotros también los tendremos.
Por lo mismo, si los mercados europeos y el estadounidense, y quien sabe cuál otro, entran en contrariedad, el futuro económico de la Región en el más corto plazo permite augurar contextos complejos para sectores industriales ligados a la exportación, al consumo y al crecimiento. Nuestra Región posee industria agrícola y minera de bajo valor agregado, servicios turísticos de exportación y una fuerte logística de exportación, terrestre y marítima, todos ellos verán afectados sus resultados para los próximos períodos. Dependiendo del nivel de profundidad de esta crisis, esto podría traducirse también en disminuciones fuertes en el consumo, afectando al comercio y al retail, y por ende a las empresas ligadas al crecimiento, como la construcción. Pero este escenario negativo corresponde a una parte del ciclo económico, ya que la Región en el mediano plazo tiene oportunidades de crecimiento únicas, pues si una disminución en el crecimiento de mercados de destino nos golpea, entonces el mejoramiento en la tasa de crecimiento de dichas economías nos afecta positivamente.
Esta circunstancia de vaivén, propia de una economía abierta hace pensar entonces en estrategias para suavizar las profundas oscilaciones. En ese plano, la diversificación de nuestra oferta, así como de los mercados de destino, disminuyen el riesgo. En ese contexto, el desarrollo de industrias y de obras civiles públicas, como carreteras y el añorado túnel de baja altura, permite llegar a mercados sudamericanos no del todo aprovechados. Desarrollar mercados no sólo permite diversificar riesgo, sino también lograr mayores volúmenes de producción, necesarios para bajar los costos cuando el futuro auspicia un crecimiento con un dólar relativamente bajo.
Pero el desafío económico no tan sólo debe ir por el lado del aumento de la cantidad exportada, sino también por el lado de la calidad de nuestro producto. En ese sentido, bienes y servicios con mayor valor agregado permiten alzar márgenes y de esa forma generar una estructura económica ya no tan ligada al precio de commodities y bienes básicos, también de otros que requieren más personas, y personas más capacitadas, tales como el turismo de intereses especiales y cualquier otro que requiera innovación, donde son necesarios la investigación y el desarrollo que tanto puede aportar la industria del conocimiento, los centros de investigación y las universidades.
Tengo fe en el futuro económico de mi Región ya que si bien los niveles de emprendimiento, de generación de empleo y las inversiones públicas no han ido al ritmo que quisiera, la diversificación de exportaciones, de destino de ellas, el desarrollo de industrias con mayor valor agregado y la tipología de sectores industriales presentes, permiten augurar un futuro prometedor, ya no tan dependiente de contextos positivos de unas pocas economías.